Ética y medios de comunicación


Por Humberto García de la Mora

 

En esta colaboración, estimados lectores, dedico las siguientes líneas a reseñar, de manera sucinta, el libro "Volver a los medios. De la crítica a la ética", del doctor Raúl Trejo Delarbre (editorial Cal y Arena, México, 1996).

 

Esta obra, de acuerdo con el autor, es una propuesta del regreso de la ética a los medios de comunicación: no olvidar que la prensa, la radio y la televisión son espacios de comunicación para difundir y, en la medida de lo posible, explicar lo que sucede en nuestro entorno. En contraparte, no deben ser espacios en donde se propaguen rumores, errores y calumnias, opacando con ello el legítimo ejercicio de la libertad de expresión, garantizada por el Estado mexicano con los límites establecidos por la ley.

 

El doctor Trejo Delarbre refiere que existen periodistas que suelen acusar sin pruebas, abusan de la difamación y la mentira, no sustentan sus fuentes, no ofrecen disculpas ni aclaraciones ante la acusación de falsedad en sus imputaciones, ni se sienten obligados a responder a cuestionamientos. Estas prácticas, lamentablemente, han permitido campañas mediáticas de linchamiento moral en contra de instituciones y personajes públicos, con base en rumores sin verificación o en calumnias: "Lo peor del rumor es la insidia que despierta. Aunque se le sepa falso, habrá quienes estén dispuestos a escucharlo y hasta darle alguna credibilidad [...]. El impacto del rumor raramente es benéfico. Sobre todo, el rumor es corrosivo para las relaciones humanas, alienta la sospecha y los malos sentimientos [...]. La conseja popular alusiva al río cuando suena, es tan generalizadora y maniquea como tantas otras muestras de un sentido común que no es sabiduría, sino superchería [...]. El hecho de que una gran cantidad de mexicanos, con importantes medios propagando y así resaltando tales especies, supusiera que alguien es culpable de algo, no bastaría para tomar como cierta esa suposición” (pp. 47, 69-70).

 

 “El sensacionalismo, la dramatización, la propagación de rumores, la adulteración de acontecimientos e incluso la calumnia y las mentiras, son frecuentes en medios de toda índole [...]. Muy a menudo, los medios y sus operadores se consideran fiscales, alguaciles e incluso jueces de los asuntos públicos y sus protagonistas”, destaca el autor (página 17). Ante tal escenario, diversos académicos e intelectuales coinciden con la tesis citada.

 

Héctor Aguilar Camín, por ejemplo, escribe: "Todos los días, una legión produce noticias falsas, ataca la fama pública de alguien, condena sin pruebas, se hace eco de rumores escandalosos o directamente incurre en lo que la ley califica como calumnia, difamación y daño moral. La ley no contiene a esta legión ni es posible, en la práctica, proceder legalmente contra ella. Una regla no escrita de los jueces es no sancionar periodistas. Una de las resignaciones del público es no demandarlos, habida cuenta de que, como sabe el más inexperto abogado, es casi imposible ganarle un pleito legal a la prensa" (Público, 11 de septiembre de 2000, p. 20).

 

Jesús Silva-Herzog Márquez, por su parte, apunta que hay en México "una auténtica licencia para mentir, que se otorga a las castas de periodistas. Pueden mentir, engañar, deshonrar, injuriar, falsear, calumniar sin merma alguna en su vida profesional […], atreverse a afirmar lo inverificado, arriesgarse a afirmar contundentemente  lo que es una especulación porque el trabajo periodístico no puede detenerse ante los fastidios de la comprobación” (Público, 25 de septiembre de 2000, p. 19). Lo anterior, en otros países, sería inadmisible: nadie podría lanzar acusaciones sin respaldarlas con pruebas o sin sufrir un juicio por calumnias y difamación. 

 

La escritora Ikram Antaqui refiere que “los periodistas deben investigar, luego comprobar, luego pesar las consecuencias de sus actos. Desgraciadamente, algunos de ellos no conocen la presunción de inocencia. Para ellos sólo hay la presunción de culpabilidad y la publicidad mediática..." (El Universal, 11 de septiembre de 2000, p. 28). Si bien es cierto que los mexicanos demandamos y apreciamos un periodismo objetivo, de denuncia, crítico y propositivo –en donde las opiniones personales no se consideren verdades absolutas–, “volver a los medios” resulta una propuesta seria para la reflexión y el análisis.

 

En la parte conclusiva de su obra, el autor apunta: “Queremos que los medios de comunicación de este país, sigan contribuyendo a la democracia y al bienestar de los mexicanos. La primera obligación de los medios, en materia informativa, es decir la verdad. Con un mejor conocimiento de nosotros mismos, de lo que somos y de lo que deseamos y podemos ser, estaremos cumpliendo, todos –informadores, periodistas, comentaristas, editores, propietarios, lectores, radioescuchas o telespectadores– a tener un México que, al estar más enterado de sí mismo y de su entorno, pueda crecer mejor en el desarrollo, la democracia y la equidad” (página 379).

 

Por lo antes reseñado, agradezco la deferencia que me permite El Occidental de colaborar en sus páginas editoriales. La objetividad periodística, el compromiso con los ciudadanos, el respeto por los lectores y el profesionalismo de quienes colaboran en esta casa editorial (director, subdirector, editores, reporteros y columnistas), es digna de presumirse. Ética y libertad de expresión se fusionan con una finalidad: informar a los lectores del acontecer cotidiano con objetividad y responsabilidad social. No por nada, El Occidental es uno de los diarios locales con mayor  tradición y credibilidad en nuestra entidad. Ni más ni menos.

 

El Occidental, 18 de octubre de 2014, p. 6A.



El Occidental, 18 de octubre de 2014, p. 6A.
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Programa Estatal de Cultura: ¿solución o panacea?


Por Humberto García de la Mora

Para nadie es un secreto que en México se lee poco. En 2010, la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales, de Conaculta, reveló que, en el comparativo nacional de lectura, Jalisco se encuentra en el promedio o por debajo de él. Esta misma fuente advertía que sólo el 24.8% de los jaliscienses leyó al menos un libro en el último año, mientras que el el 21.5% compró uno en los últimos doce meses (Cf. El Informador, 10 de mayo de 2014).

De acuerdo con datos arrojados por el Programa Estatal de Cultura, a pesar de que en Jalisco se cuenta con al menos una biblioteca pública por municipio, solamente 6.6 por ciento de los jaliscienses  han pisado una sala de lectura en lo que va del año. Asistir a las librerías y bibliotecas se encuentra en el penúltimo (0.30%) y último lugar (0.21%), entre las actividades que prefieren hacer en su tiempo libre; mientras que tres de cada 10 lo destinan a ver televisión. Sin lugar a dudas, esta realidad es desoladora.

A nivel nacional, de acuerdo con datos recientes de la UNESCO, México se encuentra en el lugar 107 de 108 en índice de lectura (Cf. Proceso, 23 de abril de 2013). En este reporte se señala que la mayoría de los entrevistados dijo que lee para informarse, luego para estudiar, en tercer lugar por la escuela y un porcentaje muy bajo lo hace por gusto. Quienes leen lo hacen por actividades ligadas por lo general a la escuela y no por placer (el 28 por ciento de los universitarios no lee libros fuera de los de sus clases, por citar un ejemplo). En México, más de la mitad de la población de 12 años de edad en adelante, no lee libros por gusto, mientras que una tercera parte de los mexicanos nunca ha tenido un acercamiento con uno de esos materiales escritos. El mexicano promedio lee 2.8 libros al año, en contraste con España (7.5) o Alemania (12).

Las cifras y estadísticas robustecen el desolador escenario: en México sólo existe una biblioteca por cada 15 mil habitantes y una librería por cada 200 mil, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Lectura 2012 (Ídem). La tendencia negativa del número de librerías pasó de 42,045 establecimientos en 2006 a 39,999 en 2010, y el descenso del índice de lectura de la población general disminuyó de 54.6% en 2006 a 46% en 2012. Esta encuesta refiere que el 41% de la población dedica su tiempo libre a ver televisión, mientras que sólo el 12% dedica este tiempo a la lectura. Otro dato revelador señala que el 40% de la población nunca ha entrado a una librería, de las cuáles en México existe una por cada 200 mil habitantes.

En mi opinión, considero que entre los factores que han favorecido el bajo índice de lectura de los mexicanos se encuentran los siguientes:

a)   La falta del hábito lector en el seno familiar.

 

b)   El bajo perfil académico de algunos maestros de educación básica, con sus honrosas excepciones, quienes no leen y que, por ende, no se puede esperar que sean agentes de lectura entre sus alumnos ni promotores de ese hábito. Al no fomentar la lectura de los diversos géneros literarios, ni promover círculos de lecto-comprensión, ni impulsar el interés por las bibliotecas entre sus educandos, los docentes cancelan la oportunidad de que sus pupilos descubran la vocación literaria que llevan oculta.

 

c)    La influencia de la televisión en las familias mexicanas, en cuya carga horaria desfilan innumerables telenovelas, tanto del Canal de las Estrellas como de Tv Azteca, además de la transmisión de programas enajenantes (llenos de morbo, violencia y fanatismo religioso), como Laura, Cosas de la Vida, La Rosa de Guadalupe, etcétera.

 

d)   El inevitable uso de las nuevas tecnologías, como Internet y los Smartphone, que han influido en el estilo de vida de las generaciones contemporáneas. Para muchos estudiantes, por citar un ejemplo, ya no es necesario leer un libro completo para buscar determinada información (ni conocer su contexto); basta con introducir la palabra clave en los motores de búsqueda de la red y con ello evitar una tortuosa lectura que, dicen algunos, es ociosa e innecesaria.

 

e)  Por último, uno de los factores que ha más ha influido en el bajo índice de lectura de los mexicanos es, sin lugar a dudas, el costo elevado de los libros, que los hace prácticamente inalcanzables para muchos. El impuesto a los libros es una práctica monopólica que limita su adquisición y favorece que su lectura sea un privilegio de muy pocos.

 

A manera de conclusión, estoy convencido de que la educación y la lectura son herramientas únicas que pueden mejorar la formación cívica de los mexicanos. En este sentido, el Gobierno Federal debe otorgar más recursos para el impulso a la educación, el deporte y la cultura en beneficio de millones de niños y jóvenes. No debe escatimar ni un ápice en este renglón. Debe apoyar decididamente al Magisterio (mejores sueldos, capacitación continua, prestaciones laborales, etcétera), y cancelar programas televisivos que están haciendo un grave daño a la sociedad mexicana. Y es que nuestro país exige una revolución educativa, en el marco del Estado laico, que sea capaz de generar oportunidades para las nuevas generaciones de mexicanos. Si el Estado no es capaz de fomentar esta transformación entre sus habitantes, continuará marcando desigualdad social. Por ende, el índice de lectores seguirá a la baja. Ni más ni menos.

 

El Occidental, 21 de mayo de 2014, p. 6A.

 

 

El Occidental, 21 de mayo de 2014, p. 6A.
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Juárez: ideario y legado

 

Por Humberto García de la Mora

 

El pasado 21 de marzo, se festejó en nuestro país el 208 aniversario del natalicio de Benito Juárez García, quien fue –luego de ocupar cargos prominentes en la administración pública– Presidente de México (1857-1872)

 

Para los historiadores contemporáneos, Juárez es mucho más que las imágenes idílicas que nuestros profesores de historia nos enseñaron. La figura del Benemérito va más allá de los óleos o discursos oficiales. En esta colaboración, estimados lectores, no ahondaré sobre los rasgos biográficos del político oaxaqueño ni abordaré la Guerra de Intervención o la Restauración de la República, hechos acaecidos en el siglo XIX. En esta entrega, por el contrario, me permito compartir algunas frases del ideario político y humanista de Juárez, el estadista. A continuación, las citas textuales de nuestro reseñado:

 

"Haya energía para hacer cumplir la ley; esto bastará para que la nación se salve y sea feliz" (Jorge Tamayo, Documentos, discursos y correspondencia, 15 tomos, México, 1964-1970,p. 389)."Los elogios con que ensalzan mi conducta no me envanecen. Tengo la convicción de no haber más que llenado los deberes de cualquier ciudadano que hubiera estado en mi puesto al ser agredida la nación por un ejército extranjero. Cumplía a mi deber resistir sin descanso hasta salvar las instituciones y la independencia que el pueblo mexicano había confiado a mi custodia" (ídem, t. 12, p. 248).

 

"Mi deber es no atender a los que sólo representan el deseo de un corto número de personas, sino a la voluntad nacional" (ídem, p. 341)."Mis compatriotas no serán molestados por sus opiniones de palabra o escritas. Las respetaré y haré que se respeten" (Ángel Pola, Discursos y manifiestos de Benito Juárez, México, 1906, p.14)."Mi única aspiración es servir a los intereses del pueblo y respetar su verdadera voluntad (Tamayo, op. cit., t.12, p. 342)."Nunca se olvide que la constancia y el estudio hacen a los hombres grandes, y que los hombres grandes son el porvenir de su patria" (ídem, p. 364).

 

"Los gobiernos civiles no deben tener religión, porque siendo su deber proteger imparcialmente la libertad que los gobernados tienen de seguir y practicar la religión que gusten adoptar, no llenarían fielmente ese deber si fueren sectarios de alguna" (Benito Juárez, Epistolario, FCE, México, 1957, p. 253). "La libertad civil y religiosa es una de las bases de nuestras instituciones" (Tamayo, op. cit., t. 12, p. 280). "Queremos libertad completa de cultos; no queremos religión de Estado, y debemos, por lo mismo, considerar a los clérigos —sea cual fuere su credo religioso— como simples ciudadanos, con los derechos que tienen los demás" (ídem, pp. 424-425)."Un día llegará en que sólo como recuerdo existan las preocupaciones absurdas del fanatismo y de la ignorancia" (ídem, t. 13, p. 691). "Los gobernadores de la sociedad civil no deben asistir como tales a ninguna ceremonia eclesiástica, como hombres pueden ir a los templos a practicar los actos de devoción que su religión les dicte" (ídem, t. 1, p. 265). "Lo más importante que contiene el decreto, como verá usted, es la independencia absoluta del poder civil y la libertad religiosa. Para mí estos puntos eran los capitales que debían conquistarse en esta revolución, y si logramos el triunfo nos quedará la satisfacción de haber hecho un bien al país y a la humanidad" (Anastacio Zerecero, Exposiciones (cómo se gobierna), México, 1902,. 421-422).

 

"Un sistema democrático y eminentemente liberal, como el que nos rige, tiene por base esencial la observancia estricta de la ley. Ni el capricho de un hombre solo, ni el interés de ciertas clases de la sociedad, forman su esencia (...). Es por tanto evidente, que a nombre de la libertad, jamás es ilícito cometer el menor abuso" (ídem, p. 418). "El primer gobernante de una sociedad no debe tener más bandera que la ley; la felicidad común debe ser su norte e iguales los hombres ante su presencia, como lo son ante la ley; sólo debe distinguir al mérito y a la virtud para compensarlos; al vicio y al crimen para procurar su castigo" (Pola, op. cit., p. 72).

 

Nada con la fuerza: todo con el derecho y la razón; se conseguirá la práctica de este principio con sólo respetar el derecho ajeno" (ídem, p. 275)."La responsabilidad de los gobiernos no puede fundarse sino en la impartición absoluta de la justicia" (ídem, p. 249)."La educación del pueblo es una de las primeras atenciones de todo gobierno. Sin escuelas jamás podrá nuestro pueblo tener el conocimiento de sus deberes y la apreciación de sus derechos" (Tamayo, op. cit., t. 4, p. 274)."La instrucción es el fundamento de la felicidad social, el principio en que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos" (ídem, t. 2, p. 164).

 

"Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz" (Pola, op. cit,  p. 289)."He visto el decreto que me consagra el Congreso de Colombia (Benemérito de las Américas). Yo agradezco este favor, pero no me enorgullece porque conozco que no lo merezco, porque realmente nada hecho que merezca tanto encomio; he procurado cumplir mi deber y nada más" (ídem, p. 79)."Para todos justicia; para los amigos, favor y justicia" (Pola, op. cit., p. 8)."Todo lo que México no haga por sí mismo para ser libre, no debe esperar, ni conviene que espere, que otros gobiernos u otras naciones hagan por él" (Juárez, op. cit., p. 35).

 

"Quisiera que se me juzgara no por mis dichos, sino por mis hechos. Mis dichos son mis hechos. Mis palabras son acciones" (Ralph Roeder, Juárez y su México, Talleres de Impresión de Estampillas y Valores, México, 1958, p. 487)."No hago caso de chismes. Juzgo a los hombres por sus hechos" (ídem, p. 738).

 

"Procuremos en nuestros escritos y aún en nuestras conversaciones, educar a los pueblos inculcándoles las ideas de libertad y dignidad, con lo que les haremos un bien positivo" (ídem, t. 8, p. 413)."Desearía que el protestantismo sé mexicanizara conquistando a los indios; éstos necesitan una religión que los obligue a leer y no les obligue a gastar sus ahorros en cirios para los santos" (Justo Sierra, Educación política del pueblo mexicano, La casa de España en México, México, 1940, p. 423). Hasta aquí la cita.

 

Los anteriores apotegmas, creo, no requieren de mayores interpretaciones. Ni más ni menos.

 

El Occidental, 26 de marzo de 2014, p. 7A.

 

 

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José M. Murià: maestro emérito

 

Por Humberto García de la Mora

En días pasados, leí la columna del doctor Antonio de Jesús Mendoza Mejía, “Chema y los caminos de la historia” (Cf. El Occidental, 3 de marzo de 2014), en donde destaca la trayectoria académica del historiador José M. Murià: “Una de las obras más importantes que ha tenido el Estado de Jalisco dentro de su rescate histórico, es su historia que coordinó el doctor José María Murià en la obra editada por el Gobierno del Estado en cuatro tomos, la misma que tiene una riqueza fotográfica, así como un rescate histórico…” (Ídem). En otro párrafo, el autor escribe que Murià “ha sido el maestro de don Jesús Gómez Fregoso, a quien le enseñó historia y cómo debe de hacerse la historia”.

En respuesta a lo anterior, Jesús Gómez Fregoso escribió: "Murià, ¿mi maestro?", artículo publicado en un diario local, en donde el sacerdote jesuita aprovecha su columna para denostar personal y profesionalmente al doctor José María Murià, a quien –afirma– “tuvo la desgracia de conocer” en 1982: “… se trata –escribe– de un verdadero insulto. ¿Yo, alumno del señor Chema? ¿Chema me enseñó historia? Mis amigos creen, y yo también, que el señor Murià… está verdaderamente indignado porque el Ayuntamiento me concedió, y no a él, la Medalla Ciudad de Guadalajara 2014 […]. El chilango Chema lamenta no poder presumir el bien que es ser tapatío” (Milenio Jalisco, 7 de marzo de 2014).

Ante las lecturas precedentes, estimados lectores, creo que Antonio de Jesús Mendoza jamás imaginó la polémica que provocaría su artículo de opinión en el ánimo del sacerdote jesuita, quien calificó cualquier vínculo con el historiador José M. Murià como un “insulto público”. En lo personal, considero que el artículo de Gómez Fregoso careció de prudencia y cordura. La iracundia que acompaña su texto es inocultable. ¿Cuál fue el motivo real que orilló a tan airada respuesta?: ¿Celos profesionales u otros “pecados capitales”?

Sin el ánimo de entrar en la polémica, considero que la trayectoria académica y profesional del doctor José M. Murià, ha sido ganada a pulso: su investigación y la edición de obras históricas sobre Jalisco, han sido un aporte fundamental para la historiografía regional. Me queda claro que este mérito no puede desestimarse.

José M. Murià nació en la Ciudad de México (1942), pero desde joven ha radicado en Guadalajara (jalisciense por adopción, pues).Estudió Historia en la Universidad de Guadalajara (1966), y fue el primer mexicano en graduarse como doctor en Historia por El Colegio de México (1969). Ha sido investigador, escritor, museógrafo,director de archivos, articulista en diversos periódicos, autor de una gran cantidad de libros, y un académico mexicano que ha centrado sus investigaciones en la Historia de Jalisco, entre otros temas.

En su currículum se menciona que ha sido catedrático en diversas instituciones y universidades (entre otras, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la Universidad de Guadalajara, El Colegio de Jalisco). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 1987. En 1993 ingresó a la Academia Mexicana de la Historia, donde ocupa el sillón número 30. Ha representado a México en diversos foros internacionales y ha impartido conferencias y participado en numerosos encuentros científicos dentro y fuera de nuestro país.

En el campo regional, Murià contribuyó a la creación del Archivo Histórico de Jalisco, salvándolo de la destrucción junto con Helen Ladrón de Guevara. En 1976, contribuyó a darle una nueva fisionomía al Museo Regional de Guadalajara. De 1978 a 1982, coordinó los trabajos, junto con otros historiadores, de la obra “Historia de Jalisco”, de cuatro tomos, una historia consistente, primera con criterio moderno en los estados de  la República. Por otra parte, fue presidente de El Colegio de Jalisco (1991-2005); presidente del Consejo de Cronistas de la ciudad de Guadalajara (1993-1995); y, a partir de 2013, Cronista General del Estado de Jalisco.

No son pocos los reconocimientos que ha recibido. Entre otros, destacan: “Maestro Emérito” de El Colegio de Jalisco; “Medalla Alonso” de Nuevo León; “La Cruz de San Jorge” y la “Catalunya Internacional”, con gran prestigio en Europa, entre otros. El 14 de febrero de 2010, el Ayuntamiento de Guadalajara, en sesión solemne, entregó la medalla Ciudad de Guadalajara al historiador José María Murià.

 

En su suma, el doctor José M. Murià –a quien tengo el gusto de conocer y de quien disfruto al máximo cada conversación– ha dedicado su vida profesional, desde hace lustros, a estudiar la Historia de Jalisco: sus obras escritas son la herencia cultural para las futuras generaciones de jaliscienses. Por lo anterior, estimados lectores, estoy convencido que las descalificaciones de don Jesús Gómez Fregoso al Cronista General del Estado de Jalisco, no debilitan a éste en lo más mínimo (ni un ápice), ni merman su sueño: el lugar que ocupa en la sociedad tapatía lo tiene bien ganado, sin lugar a dudas. No por nada la sabiduría popular nos enseña que “los hechos hablan mejor que las palabras”. Y en este sentido, “las palabras se reciben de quien vienen”. Ni más ni menos.

El Occidental, 12 de marzo de 2014, p. 7A.

 

 

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Un cronista para Jalisco

 

 

Por Humberto García de la Mora

 

El pasado 14 de noviembre, el Periódico Oficial del Estado de Jalisco publicó el decreto donde el Gobierno Estatal crea el cargo de Cronista General del Estado de Jalisco. Entre los argumentos que fundamentan la creación de esta figura, el diario refiere: "Advirtiendo que, con excepción de los cronistas municipales, actualmente no existe funcionario público estatal que realice esa noble y dedicada labor, y que quienes la realizan sólo lo hacen de manera incompleta y por su cuenta, [se] hace necesario incorporar el cargo de Cronista..." (página 4). Se nombró al historiador José María Muriá como el titular de este puesto.

 

Mi primer comentario sobre la creación del cargo de un Cronista General en Jalisco es que resulta encomiable. Creo que a través de esta figura se impulsará el estudio y la divulgación de la microhistoria regional, en un contexto de pluralidad cultural, política y religiosa (las minorías religiosas, como parte de la historia de Jalisco, incluidas). Con ello, la memoria histórica de los jaliscienses es resguardada y puesta al alcance de todos, con el fin de que tengamos la oportunidad de comprender el presente desde la óptica del pasado.

 

La designación del Cronista fue, en mi opinión, una decisión acertada. El perfil idóneo requerido para ocupar este cargo, que es honorífico, es el de "una persona que, por su formación, educación, cultura, habilidades, y con naturalidad, soltura para realizar el acopio de datos del acontecer social cotidiano y pasado, y que con sus funciones de cronista público, capte y exprese ese claro sentido social, rescatando el pasado como una experiencia viva y social a través de sus diversos testimonios, dejando para el futuro constancia de los sucesos presentes". En este tenor, cabe recordar que la trayectoria académica del doctor José María Muriá es de sobra conocida: docente de la Universidad de Guadalajara, miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia y ex presidente de El Colegio de Jalisco, entre otras facetas. Por otra parte, el historiador jalisciense ha dedicado gran parte de su vida al estudio de nuestra entidad y ha publicado, con conocimiento de causa, diferentes obras sobre el antiguo Valle de Atemajac.

 

En esta colaboración, estimados lectores, transcribo algunos fragmentos de las funciones que desempeñará el Cronista General del Estado de Jalisco: "Para el cumplimiento de su función [el Cronista], tendrá las siguientes facultades: promover la publicación de libros, grabaciones y filmes sobre la historia, tradiciones, leyendas y cultura del Estado de Jalisco; ser coadyuvante con las autoridades federales, estatales y municipales encargadas de archivos históricos, bibliotecas, instituciones y órganos encargados de la recopilación, y preservación del patrimonio cultural del Estado, en lo relativo a programas de historia y patrimonio cultural de Jalisco.

"Coordinar sus actividades con los cronistas municipales y establecer canales de comunicación con los de otras entidades de la Federación en que exista ese cargo; llevar una compilación de los hechos y personajes relevantes de la historia y cultura contemporánea de la entidad; desarrollar investigaciones relativas a la historia y cultura del Estado y publicar las más relevantes en el Periódico Oficial El Estado de Jalisco, independientemente de promover su divulgación por medio de publicaciones especiales; impulsar el desarrollo cultural del Estado, a fin de fortalecer la identidad de sus habitantes y su mosaico cultural".

 

Además de lo anterior, refiere el documento oficial, el Cronista está facultado para "emitir opinión sobre aquellos temas relacionados con la historia del estado; ser consultor en materia de historia de la entidad; coadyuvar en los programas estatales de archivos, bibliotecas y preservación del patrimonio cultural de la entidad", y estar atento en "los sucesos que van marcando la historia de las comunidades, región, entidades y de todo el país, que serán acuciosamente registrados en las crónicas del diario acontecer, por sujetos, mujeres y hombres de gran compromiso social y que son de la mayor utilidad pública por su innata vocación de servicio a la comunidad".

 

 

El documento oficial destaca que "una de las líneas de acción para impulsar el desarrollo cultural del Estado, sin duda, es actualizar, documentar y difundir dicho patrimonio y para ello, es necesario investigar, sistematizar, preservar y fomentar el conocimiento de la historia de nuestra entidad, fomentando la actividad, es una creación y difusión, con la finalidad de fortalecer nuestros valores como jaliscienses, consolidando nuestra identidad [...]; [por ello] estamos obligados como jaliscienses a salvaguardar y transmitir a las futuras generaciones, en forma continua e ininterrumpida, este patrimonio [para que] pueda expresarse y conocerse por medio de la memoria oral o escrita, siendo desde luego preferente la última, motivo y razón de este decreto".

A manera de conclusión, retomo las palabras de Herodoto -conocido como el "Padre de la Historia"-, quien disertaba sobre la necesidad de dejar por escrito todo hecho acaecido, con el fin de "impedir que lo que han hecho los hombres se desvanezca con el tiempo y que las grandes y maravillosas hazañas dejen de nombrarse". En otras palabras, la historia es una lucha contra el olvido, y el conocimiento del pasado es (o debería ser), un referente de capital importancia para las futuras generaciones. ¡Enhorabuena por la creación de la figura del Cronista General del Estado de Jalisco y por la designación de su titular! 

 

El Occidental, 24 de diciembre de 2013, p. 7A.

 

 

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Juárez en Jalisco: testimonios

 

 

Por Humberto García de la Mora

 

Durante 36 días –entre el 14 de febrero y el 20 de marzo de 1858– el Palacio de Gobierno de Jalisco se convirtió en el Palacio Nacional. El presidente Benito Juárez se estableció en este edificio, ubicado en Guadalajara, en compañía de sus ministros. Desde su alta investidura despachó asuntos, emitió comunicados y diseñó estrategias para contener y combatir a las fuerzas conservadoras, encabezadas por el general Félix Zuloaga. En aquellos días se protagonizó la célebre frase: “¡Deténganse, los valientes no asesinan!”, adjudicada a Guillermo Prieto cuando éste salvó la vida del político oaxaqueño.

 

De este suceso histórico, y de otros episodios, da cuenta el libro Juárez en Jalisco. Testimonios, escrito en 1972 por el licenciado Alberto Rosas Benítez, y reeditado en 2006 por El Colegio de Jalisco, en donde se incluye un estudio introductorio a cargo del historiador Jaime Olveda. En esta obra se incluyen la experiencias personales de Norberto Castro y Matías Romero, testigos de los acontecimientos que tuvieron lugar en el Palacio de Gobierno cuando Juárez estuvo en Guadalajara, así como los relatos de Manuel Cambre, Luis Pérez Verdía y Alberto Santoscoy, tres de los primeros historiadores jaliscienses que se ocuparon del tema.

 

En su estudio introductorio, el doctor Olveda describe, sin ambages, el contexto histórico que prevalecía en Guadalajara después de la promulgación de la Constitución de 1857 y antes de la llegada de Juárez a nuestra ciudad: “El alto clero de Guadalajara [encabezado por el arzobispo Pedro Espinosa y Dávalos] mostró su inconformidad hacia los principios y valores que difundía el liberalismo, y trató de reforzar en los fieles el espíritu de orden y disciplina, así como el respeto a las viejas tradiciones. Vigiló que en la prensa no se discutieran temas religiosos […]. La acción y el discurso del clero después de la Independencia se apoyaron en la ortodoxia doctrinaria […], las corporaciones eclesiásticas eran las encargadas de conservar la integridad de la moral y la religión” (Alberto Rosas Benítez, Juárez en Jalisco. Testimonios, El Colegio de Jalisco, Zapopan, 2006, p. 23).

 

“El clero se indignó más aún –apunta Olveda– cuando conoció el contenido del artículo 15 del proyecto de Constitución General, el cual establecía que no se impediría ninguna ley que prohibiera  o impidiera la práctica de otras religiones en México. Los profesores de instrucción elemental de Guadalajara, varios grupos de vecinos, la mayoría de los ayuntamientos y 500 señoras de esta ciudad […] se opusieron en diversos impresos a que la tolerancia religiosa se introdujera en la nueva Constitución […]; el descontento general fue creciendo a raíz de la promulgación de otras leyes como la que creaba el Registro Civil y la de los Aranceles Parroquiales del 11 de abril de 1857 [que afectaban los intereses del clero].” (op. cit., p. 24).

 

El 14 de febrero de 1858, procedente de Guanajuato, el presidente Juárez llegó a Guadalajara acompañado de sus ministros Santos Degollado, Melchor Ocampo, León Guzmán, Manuel Ruiz y Guillermo Prieto. El gobernador interino de Jalisco, Jesús Camarena, les asignó como alojamiento el Palacio de Gobierno; al día siguiente, este inmueble fue acondicionado para que sirviera de sede al Poder Ejecutivo Federal. El doctor Olveda anota que “una vez instalado en el palacio, Juárez comunicó al gobierno del Estado su decisión de permanecer en Guadalajara hasta que se recobrara la capital del país (op. cit., p. 29).

 

Durante los 36 días en que el Palacio de Gobierno se “convirtió” en el Palacio Nacional, la inquietud y la zozobra se apoderaron de nuestra ciudad cuando se recibieron las noticias del descalabro que sufrió el ejército liberal en Salamanca el 9 y 10 de marzo. Esta derrota, apunta el autor, “desmoralizó a los liberales y dio lugar para que el canónigo Rafael H. Tovar convenciera al coronel Antonio Landa, jefe del 5º Batallón de línea que cubría una de las guardias del palacio, para que se pronunciara contra el gobierno constitucional que encabezaba Juárez y a favor del Plan de Tacubaya, junto con otros oficiales […]. En esta asonada también estuvieron involucrados el prebendado José Cayetano Bosco, fray Ignacio de Jesús Cabrera, fray Joaquín de San Alberto [entre otros]” (op. cit., pp. 30-31).

 

Por su parte, en la obra “México a través de los siglos”, coordinada por Vicente Riva Palacio, se lee lo siguiente: “El grito de “¡Viva la religión!”, dado por los centinelas colocados a las puertas de la habitación ocupada por el presidente, fue la señal que el capitán Filomeno Bravo hiciese saber a los señores Juárez, Ocampo, Guzmán y Ruiz que quedaban presos […]. En el patio se hizo el auto de fe para quemar por mano de los presos la Constitución de 1857, de la que había millares ejemplares…” (tomo IX, Ed. Cumbre, México, 1962, pp. 292, 298).

 

“Filomeno Bravo –escribe el doctor Olveda– dio la orden para que la guardia compuesta de 20 hombres entrara al salón donde se encontraban incomunicados el presidente, sus ministros y otros presos, y los fusilaran de inmediato. Juárez mantuvo la calma y cuando el pelotón preparaba sus armas para disparar, Guillermo Prieto interpuso su cuerpo y dirigió una arenga a los soldados para convencerlos de que desistieran de su intento […], en este trance fue cuando Prieto inmortalizó la frase ‘¡Deténganse, los valientes no asesinan!’” (Juárez en Jalisco...,p. 33).

 

Restablecido el orden, Juárez dirigió un manifiesto la nación el 16 de marzo, en el que daba las gracias a los habitantes de Guadalajara por haber sostenido la Constitución y la legalidad: “La vocación de Jalisco ha sido y será la de la apasionada entrega a sostener la autodeterminación y la libertad de los hombres, el progreso y la dignidad de los mexicanos” (Ídem, p. 34).

 

La estancia en la capital de Jalisco del presidente Benito Juárez fue un momento estelar de la historia estatal. Diversos historiadores han destacado la importancia que adquirió nuestra ciudad, el patriotismo y la entrega de que dieron prueba los liberales jaliscienses entre el 14 de febrero y el 20 de marzo de 1858, o sea, cuando Juárez instaló su gobierno en esta capital. Los reseñados, por su propia naturaleza, son hechos históricos que no deben quedar en la bruma del olvido.

 

El Occidental, 29 de octubre de 2013, p. 6A.

 

http://www.oem.com.mx/eloccidental/notas/n3173777.htm

  

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Sumario histórico de Jalisco

 

 

Por: Humberto García de la Mora

 

El próximo mes de octubre, se cumplirán 25 años de la publicación del libro Breve Historia de Jalisco, del historiador José María Murià, publicada originalmente por la SEP y la Universidad de Guadalajara. En su cuarta edición (fechada en 1996), el autor cambió el título de su obra –sin alterar su contenido– por el de Sumario Histórico de Jalisco.

 

El Sumario histórico de Jalisco, dirigido por él y que tiene como antecedente la extensa Historia de Jalisco (editada en cuatro grandes volúmenes y publicada en 1982, con la participación de varios estudiosos), aborda –a lo largo de sus catorce capítulos– la cultura aborigen de nuestra entidad, la conquista (la expedición de Nuño de Guzmán y las disputas sostenidas con Hernán Cortés), la vida colonial de la Nueva Galicia (del siglo XVI al XVIII), los antecedentes de la insurgencia en Jalisco, la defensa del federalismo, la presidencia itineraria de Juárez en Jalisco (la Restauración de la República), la aplicación de las Leyes de Reforma, el Porfiriato, la Revolución Mexicana (antecedentes y desarrollo local), la Guerra Cristera, así como la vida cultural posrrevolucionaria, entre otros aspectos de interés.

 

Esta obra, que es una lectura histórica recomendada, es prologada por el historiador nahuatlato Miguel León-Portilla, quien escribe el perfil del autor y su obra: "Sin improvisaciones, José María Murià ofrece aquí una aportación que reúne en sí atributos poco frecuentes. De razonable extensión –ni muy extensa ni muy breve–, pero con amplio apoyo en fuentes documentales analizadas y valoradas por él en no pocos años de estudio, la presente obra es, al mismo tiempo, de atrayente lectura (...). Este nuevo y ponderado fruto de sus indagaciones en torno al ser de Jalisco, se sitúa así en una posición que calificaré de intermedia en el contexto de sus no pocas contribuciones (...). Tal carácter de obra de extensión intermedia y de fácil lectura, revela cuál ha sido la intención de José María Murià al escribirla. Quiere volver asequible a muchos un libro sin complicaciones de farragosa erudición, en el cual quede al descubierto la riqueza extraordinaria de la historia de Jalisco" (José María Murià, Sumario Histórico de Jalisco, Amate Editorial, México, 2006, pp. 23-24).

 

El Sumario histórico de Jalisco –refiere su autor– "emana directamente de la Historia de Jalisco que preparé entre 1978 y 1982 contando con el aporte de varios distinguidos investigadores dedicados al estudio de nuestra región. Algunas ideas nuevas y otras contrarias se han infiltrado en este libro, es cierto, pero básicamente todo puede encontrarse tratado con más detalle y, sobre todo, apoyado por el aparato erudito correspondiente en los cuatro tomos de la obra referida. A ella puede recurrir, sin duda, quien quiera ir más allá de lo que aquí se dice" (op. cit., pág. 25). Durante los años 50 y 60 del siglo pasado –recuerda Murià – "era imposible conseguir publicación alguna que, de manera resumida, ofreciese un panorama global de nuestra historia. En aquel entonces, la más reciente era Jalisco, historia mínima, de don Luis Páez Brotchie, publicada en 1940, que no se podía conseguir fuera de algunas bibliotecas privadas de acceso difícil, mientras en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco aseguraban siempre no tenerla. Prácticamente, sólo estaba en el mercado la segunda edición, publicada entre 1951 y 1952, de los tres tomos de Luis Pérez Verdía, Historia particular del Estado de Jalisco..., aparecida originalmente al finalizar el Porfiriato y de un nivel y un precio inalcanzables para la inmensa mayoría" (Ídem, p. 24).

 

El doctor José María Murià, quien es el precursor de la historia contemporánea de Jalisco en el siglo XX –lejos de la escuela positivista– resume que su obra está dedicada especialmente a sus “paisanos, con la ilusión de que contribuya a fortalecer y fomentar el cariño por las cosas nuestras (...). No es ésta una obra que pretenda encadenar juicios de valor sobre los principales actores de lo sucedido. En primerísimo término, lo que procura es una explicación de nuestro pasado a efecto de contribuir al entendimiento de nuestro presente. Nunca presumir de lo que no hemos sido ni fomentar la discordia entre nosotros.

 

"Lo importante de este libro es que sea útil ahora, pues son los jaliscienses de hoy sus principales destinatarios, independientemente de que también pueda servir al forastero que se interese saber por nosotros y a los futuros habitantes de esta tierra que quieran saber de su pasado (...). Esta historia no sólo es de mi interés principal, sino también forma parte intrínseca de mi biografía (Ídem). En conclusión, estimados lectores, esta obra no debe faltar en nuestros hogares.

 

El Occidental, 20 de agosto de 2013, p. 6A.

 

 

 

El Occidental, 20 de agosto de 2013, p. 6A.
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Los Cristeros y Los Bragados

 

 

Por Humberto García de la Mora

 

Después de haber sido objeto de censura en épocas pasadas, el libro “Los Cristeros y Los Bragados”, del escritor J. Guadalupe de Anda, natural de San Juan de los Lagos, ha salido nuevamente a la luz bajo el sello de Miguel Ángel Porrúa (México, 2011, 455 páginas). Escrito originalmente en 1937, este texto fue reconocido por su calidad literaria por escritores como Juan Rulfo y Alberto Moravia. El tema central de esta obra es la guerra cristera (1926-29), basado en las experiencias que el autor había vivido en ella y que tenía poco de haber acontecido. Una de las novedades de esta edición –cabe destacarlo– es el estudio introductorio de 57 páginas que hace el historiador José María Murià, sobre el autor y su obra.

 

El estilo original y sencillo que imprime De Anda en su obra, su honestidad intelectual y la aproximación a los hechos relatados, invitan al lector a adentrarse en el tema abordado. El ingrediente histórico que acompaña a la narrativa del autor, nos ubica en el contexto previo y posterior al conflicto cristero, por lo que Juan Rulfo no duda en señalar que “ninguna como las obras de De Anda, para decir la verdad en torno a la más inútil de las matanzas que ha sufrido México”.  

 

El doctor Murià, en su estudio introductorio, refiere que las dos novelas escritas por J. Guadalupe de Anda sobre la rebelión cristera en Los Altos de Jalisco, “lejos de ser una propaganda gubernamental, resulta ser más bien contrarias a los alzados, a diferencia de la mayor parte de los que se ha escrito sobre este tema, incluyendo algunas obras muy reputadas y de apariencia científica. Precisamente por no ser favorable a dicha causa, Los Cristeros y Los Bragados han padecido en las últimas décadas el soslayo del mundo editorial público y privado susceptible de ser influido por quienes hoy día podríamos denominar neocristeros”.

 

En consonancia con lo anterior, J. Guadalupe de Anda escribió en algunos capítulos de su novela las trapacerías del padre José Reyes Vega, quien fue en la vida real un general cristero que combatió al Ejército federal, así como los pormenores del asalto del tren de la Barca, que tuvo verificativo el 19 de abril de 1927, cuando las fuerzas rebeldes cristeras, al mando de los sacerdotes católicos José Reyes Vega, Jesús Angulo y Aristeo Pedroza, secundados por Miguel Gómez Loza (quien fue beatificado por Juan Pablo II en 2005) y Victoriano Ramírez “El Catorce”, descarrilaron e incendiaron el tren que iba a México –a siete kilómetros de La Barca, Jalisco–, dando muerte a 130 pasajeros:  52 soldados y 78 civiles, entre quienes se encontraban mujeres y niños (Cf. El Universal Gráfico, 20 de abril de 1927).

 

Sobre dicho atraco, el coronel J. Ángel Moreno Ochoa, en su libro Semblanzas Revolucionarias, relata que "al ser descarrilado el convoy por los cerca de 500 sediciosos, éstos obligaron al maquinista a prenderle fuego, y éste iba avanzando hacia atrás, haciendo al pasaje replegarse en medio de la balacera, produciéndose más víctimas […]. Los soldados que resguardaban el tren, repelieron el ataque, peleando en proporción de casi uno contra veinte, hasta agotar el último cartucho” (p. 234). El historiador Francis Patrick Doole, en su libro Los cristeros, Calles y el catolicismo mexicano, compara este asalto como “una horrible carnicería, pues cundió el pánico entre los pasajeros que, gritando, trataron de escapar solo para morir en medio de las balas” (p. 76). 

 

El diario Excélsior, en su edición del 21 de abril de 1927, reportó los últimos momentos de esta hecatombe: “Subieron los rebeldes sin escuchar a las mujeres que pedían piedad […] y sin miramiento alguno, regaron de chapopote los carros y les prendieron fuego, consumiéndose por completo y oyéndose en medio de la hoguera los gritos de quienes se quemaban vivos […], y  pasando a cuchillo a la mayor parte de los pasajeros de segunda, muchos de los cuales [murieron carbonizados] dentro de los mismos carros del tren”. 

 

Los saldos de la guerra cristera (1926-1929), de acuerdo con los datos duros de la historia, fueron lamentables: un país ensangrentado, cuya cifra de 120 mil muertos incluyó a militares, rebeldes y sociedad civil, la emigración de 200 mil personas y una caída fulminante de la producción agrícola (38 % entre 1926 y 1932). El libro de J. Guadalupe de Anda, en suma, tiene la virtud de haber registrado sucesos que a la postre serían líneas de investigación para los estudiosos del tema cristero, en un estilo cuya belleza literaria es incuestionable. Sobre la novela reseñada, Juan Rulfo  comentó: "Por ser poco conocidos en México estos hechos (los de la guerra cristera), esta obra cobra valor de documento histórico”.

 

El Occidental, 7 de mayo de 2013, p. 6A.

 

 

 


 

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